Hace unas semanas tuve el honor de leer un fragmento que una paciente compartió conmigo en relación a la sensibilidad. A mi parecer, una gran fortaleza personal como mecanismo de adaptación psicológica que, sin embargo, la sociedad a día de hoy todavía impugna.
La sensibilidad sirve para ayudar a las personas, pues en mi caso si no me acompañase no podría ejercer mi profesión. También para contemplar aquellos estímulos que otros no observan, detectar aquellos matices sutiles, precisos y efímeros para tomar la mejor de las decisiones. Pues la sensibilidad va de la mano del pensamiento analítico.
Vivimos en una cultura que, normalmente rechaza lo diferente. Y yo me pregunto, ¿y si lo normal es lo diferente? De ahí la resistencia de muchas personas sensibles por rechazar esta gran virtud que les define, a partir de lo cual acontece el malestar por la disonancia entre un “yo real e ideal”. Tener una mirada amable y compasiva para con los otros es vital, pero también con uno mismo/a. Al final somos nuestros perores jueces y nos castigamos muchísimo por no reconciliarnos con nosotros mismos y aceptar a nuestro “yo” más puro, genuino y real.
¿Qué sentido tiene entonces la vida?
Actuando bajo el prisma de lo que otros esperan desde luego que no.
María I.G. acudía a consulta porque desde hacía un tiempo sentía que no disfrutaba tanto como “debería”. Dos palabras que ya encendieron en mí el botón de alerta. ¿Cómo conjugar el placer hedónico con el DEBER? lo cual ya afincó en mí la sospecha inicial de AUTOEXIGENCIA. Además, se preocupaba muchísimo por todo, lo cual le generaba un malestar constante bastante notable.
Por otro lado, la renuncia a su erasmus provocó en ella una ansiedad que le sobrepasaba porque le invadió la culpa, agravando de este modo su autoestima. Al inicio de la terapia recuerdo estar trabajando con ella la ansiedad analizando dicha renuncia como un “escape” por no querer enfrentarse a un estímulo nuevo que ella interpretaba como aversivo.
Tras largas sesiones de valoración y tratamiento nos invadió a ambas el insight que, su partida de vuelta a casa fue una decisión correcta. ¿Sabéis por qué? Porque el motivo que la impulsó a irse de erasmus estaba basado en la comparativa social porque sus amigas sí iban y ella no iba a ser menos. Es decir, se autoexigió experimentar una vivencia que no deseaba y el malestar no tardó en visitarle. En concreto, la culpa y el remordimiento. ¿Le eran útiles? Tal y como ella enfocaba la situación no, pero sí le sirvieron con el tiempo para asumir que, en ocasiones tomamos decisiones incorrectas las cuales las podemos convertir en uno de los motores principales para aprender y así mejorar. En su caso, escuchar su voz interna para ejecutar con aquellas decisiones que realmente deseara y no provocadas por los “deberías”.
El erasmus le brindó el gran aprendizaje del cual en infinidad de ocasiones huimos; escuchar cuáles son las verdaderas razones que nos impulsan a tomar según qué decisiones. Evidentemente, no fue fácil porque el reconocerse le supuso un dolor que ahora tenía que trabajar.
El deseo condiciona las decisiones que tomamos. Cuando deseamos algo creemos que va a ocurrir con mayor probabilidad. Pero el miedo también las condicionan. Cuando algo nos da miedo, no nos atrevemos a dar el salto y renunciamos a un montón de cosas. O la comodidad, sabemos que la mayor parte de las decisiones que tomamos son por comodidad en el corto plazo, pero no son buenas en el medio/largo plazo. Y esto último es lo que le sucedió a María.
Al contrario, cuando decidió marcharse se sentía incómoda, culpable y con la autoestima un tanto inestable. Sin embargo, el beneficio fue grato. La comodidad y alivio que sintió a largo plazo por ser congruente con lo que ella realmente deseaba y pasó por alto meses antes.
Cuesta mucho tomar decisiones si no tienes prioridades. El primer paso antes de tomar decisiones es tener claras cuáles son tus prioridades. Éstas, a su vez, vienen marcadas por los objetivos. Pero, dichos objetivos, ¿de dónde han salido? ¿son propios o heredados?
Cuando la persona posee unos objetivos claros en la vida, es decir, que sean propios, es más fácil tomar decisiones. Y, aun así, cuando los tienes te puedes equivocar pero, como mínimo te equivocas tú con tus cosas no con las que heredas por presiones externas.
El éxito es lo que a uno/a mismo/a le de serenidad. Tiene más que ver con la libertad que con el reconocimiento. Asociamos éxito a reconocimiento y esto es como darle el mando a distancia de nuestra propia vida a los demás. Si haces esto, me gustas si no, no.
Como anteriormente decía, su autoestima estaba de reformas. Ésta estaba muy asociada a su rol productivo, cuanto más se exigiese y mayores metas, logros, etc. pudiese cumplir mejor. Por esta razón, no poder satisfacer su expectativa durante el erasmus para ella fue devastador.
El 24 de noviembre de 2021, María llegaba a consulta repleta de pensamientos irracionales con respecto a su self. Se avergonzada de algún modo de cómo había enfrentado la situación, debido también en parte a sus altas dosis de autoexigencia. Las cuales eran el sustento de su autoestima. De manera paralela, esto era un obstáculo para el autocuidado y no se prestaba la atención necesaria a ella misma.
Sus palabras textuales:
Y aquí me gustaría comentar los grandes sesgos cognitivos que los humanos poseemos con respecto a la autoestima. A ésta la necesitamos para solicitar lo que queremos y, por supuesto, para marcar límites. La cual, además, es completamente subjetiva. La autoestima sana y equilibrada es la INESTABLE dependiendo del contexto, la situación, personas que nos acompañen, etc. será más alta o baja.
Como dato a añadir, se forma a partir de los inputs que recibimos en etapas muy críticas del desarrollo, la infancia y adolescencia. Y los padres aquí tienen una gran parte de responsabilidad.
Cuando no estamos bien, sacamos conclusiones en función de nuestro estado de ánimo. Y en muchas ocasiones, la situación viene a ser la misma, pero hay un efecto que se llama EFECTO HALO. La predisposición por elegir aquellos estímulos en consonancia con nuestro estado emocional en un determinado momento. De ahí la nula creencia y resistencia de María hacia los comentarios positivos que podía recibir de su entorno social más cercano.
Gran escritora, amante de la música como clarinetista y aprendiz de idiomas. Noble, compasiva, apasionada, fiel a sus principios, responsable, implicada, comprometida, empática, agradecida, con gran capacidad de escucha reflexiva, analítica, profunda y un largo ETC.
María, como ya te dije no abandones nunca a la sensibilidad que tan especial te hace. Me alegra que hayas logrado sentir una mayor paz interior por reconciliarte con ella.
Siempre va a haber gente que no comprenda, sencillamente porque no lo contempla, «LO DIFERENTE» y tú lo comprendes y contemplas.
Me ha encantado leerte, todo un honor. Mi sensibilidad (también aguda como la tuya) cuando te leo genera en mí emociones muy placenteras y por ello te doy las GRACIAS.
Se lo que quieras ser, pero nunca dejes de ser quién ERES María.
Tras tu consentimiento y con mucho orgullo, compartimos desde el gabinete de Amparo Calandín el fragmento que escribiste sobre la sensibilidad a nuestros lectores que visitan la web.
La sensibilidad
Deconstruirme y entender, por fin, que ser vulnerable no me hace frágil. Más bien al contrario, me ha permitido aprender que la sensibilidad y la honestidad van de la mano.
Recuerdo las incontables ocasiones en las que me he forzado a mostrarme resistente, por evitar que mi tendencia a vivir y sentir tan intensamente pueda percibirse fuera de los espacios de siempre. Y esto es lo que precisamente me ha encadenado las manos durante meses.
Supongo que vivimos con la creencia que ser sensible es sinónimo de ser débil, pero la realidad (o, al menos la mía) es que vivir constantemente con las emociones a flor de piel me conduce a ser sincera conmigo misma y el mundo. Por lo tanto, sentir todo aquello que acontece en mi vida con esta intensidad provoca en mí la experiencia de vivirla desde una autenticidad y genuinidad plena.
Antes trataba de esconder cualquier manifestación de alegría o pasión que consideraba excesiva, hasta que entendí que expresar la intensidad que sentía ante todo aquello que despertara serotonina no era algo hiriente; era real. Entrecerrar los ojos, reír de oreja a oreja y hablar hasta cansarme es mi manera de disfrutar de las personas, de la música y los libros, así que supongo que he de ser honesta si quiero mostrar la sensibilidad que me hace ser quien soy.
También es cierto que ser sensible cuando me acompañan emociones aversivas no resulta tan placentero como cuando siento ilusión, esperanza o paz. Sin embargo, los estados que de primeras parecen una amenaza, como el miedo o la tristeza, forman parte de mí y de mis vivencias, los cuales no vale la pena ocultar porque también me representan.
Hoy en día, todavía me pregunto si tropezarme con infinitud de preguntas abrumadoras a la hora de procesar los cambios o, tener una gran capacidad para emocionarme con literalmente cualquier cosa es preocupante. Es decir, ¿mostrar esta marca de identidad es realmente alarmante?
Después de tantos años amargándome, me reconcilio con mi intensidad y, por tanto, con la honestidad como un atributo admirable que cada día abrazo con más fuerza que nunca. Ir con el corazón en la mano me permite ser sincera conmigo misma y con las personas que me rodean. Y, sin duda alguna es así como quiero vivir, sin mentiras ni dualidades.